Casarse.
El día más importante en la vida de una persona, algo que sólo se hace una vez
(bueno, el número de matrimonios es directamente proporcional al grado de
fama), un día en el que tu pareja y tú, debéis disfrutar, sois los
protagonistas, el centro de atención.
Pasando
por alto todos los preparativos previos, llega el día. El novio (en este caso
tú) llega a la iglesia de punta en blanco. Algunos invitados ya han llegado. Las
señoras más mayores tratarán de succionar tus mejillas, contarte antiguas
batallitas, o emocionarse cuando recuerden a sus maridos o familiares cercanos
que no pueden asistir a la boda porque tienen dos metros de tierra por encima. Los
señores más mayores (si saben quién eres), vestirán ajados trajes que evocan
tiempos mejores, te inundarán las pituitarias con una colonia que levantaría de
la tumba a los familiares de las señoras anteriores. Si hay algún colega del
instituto o la universidad por ahí, o el típico juerguista (alma de las
fiestas), te dará un abrazo con el que te clavará tu propio pisacorbatas en las
costillas y estará a punto de romperte dos vértebras por los típicos golpecitos
en la espalda que se dan en los abrazos, pero que ellos parece que hayan
practicado con un bloque de hormigón.
Luego
llegarán los familiares o amigos que provocan el caos allá por donde pisan. Si se
acercan a darte un abrazo, tropezarán con su propia sombra y trastabillará
hasta llegar a ti, haciéndote un placaje tan perfecto que verás incluso al
árbitro aplaudir. O quizá se pise un cordón sin atar, sujetándose al bolso de
la abuela, que se escorará cual buque herido hasta caer encima de la niña de
tus primos, que apenas empieza a andar.
El
caso es que entras en la iglesia, aún falta más de una hora para el enlace,
pero el cura ya está con cara de pocos amigos, pensando que no le dará tiempo a
oficiar las 73 bodas, 58 bautizos, 43 funerales y una comunión que tiene que
dar ese día (por los que previamente ha cobrado “la voluntad”). Mientras caminas
hacia el altar para hablar con él y tranquilizarle, ves a los músicos que
tocarán en tu boda, unas cuantas personas bien vestidas, con carpetas en la
mano, y alrededor de otra persona que lucha a brazo partido con unos cables que
no se quieren desenredar, y con otro cantante que se pasea por la iglesia
enchufe en mano, buscando algún sitio donde haya corriente eléctrica.
Media
hora después, llegarán ellas, las amigas de la novia, o familiares lejanas de
estas. “La madre que me ha parido”, pensarás. “¿De dónde han salido semejantes
diosas?”. “¡Cómo está la morena!” “Pero la otra de piercing…”. Y es que en las
bodas, es donde ves a algunas de las mujeres más bellas del mundo, pero también
ves a las más artificiales. De esas que, tras pensar que crecerían flores por
donde ella pisara, y pasar una noche increíble, al despertar te crees que
tienes a lado a un tal Manolo que, toda la raja que tenía era la del culo, que
mostraba cuando te repara la fontanería.
Llega
la hora de la boda. La iglesia revienta de gente. ¿Qué hace de invitado el que
nos trae la bombona de butano? Mal rollo. “No me puedo creer que mi madre haya
invitado al hijo del panadero del barrio donde vivíamos 15 años atrás”. Si la
iglesia está así, la comida va a ser una locura.
Pasan
los minutos, pero la novia no aparece. La gente sabe que suele retrasarse un
poquito, sin embargo, según corre el curómetro, tu culo va adoptando una
tensión perfecta para usarlo en la Tamborrada. Media hora después, ves a
alguien fuera del templo, lleva una cámara de fotos que debe ser más cara que
tu coche, comienzas a sudar y te cuadras. La gente se levanta, murmura, mira
hacia atrás, algunos niños lloran, y ahí está ella.
Ahora,
pensemos que eres la novia. Tu despertador suena a eso de las cinco de la
mañana. Cuando te das cuenta del día en el que estás, tu primera opción es
atrancar la puerta, pasar por debajo de ella unos papeles con el divorcio ya
firmado (aunque no estéis casados), y acurrucarte de nuevo en tu mullida cama,
odias a tu novio, pero sabes que tienes demasiadas cosas que hacer, y tu madre
ya está corriendo por toda la casa, no respira ni para continuar hablando,
lleva unos extraños accesorios en el pelo que le dejarán un peinado especial,
la cara con cremas, la bata llena de lamparones, y el teléfono en la mano
organizando ya todo lo que puede. Mientras tanto, tu padre está sentado en la
cocina, degustando un café y leyendo el periódico.
Una
vez te tomas el café, comienzas a darte cuenta de la enorme presión que viene
sobre ti en este día. Tu cuerpo comienza a acelerarse. La ducha resulta rápida
y peligrosa, casi te caes varias veces, pero sobrevives a ella. Te maquillas,
vistes y peinas a velocidad de vértigo. “¿Mamá, dónde están los zapatos?” “En
su sitio.” “Mamá, los compramos hace una semana, los guardaste en un lugar
donde sabías que estarían, pero no me lo dijiste ¡No sé cuál es su sitio!” “¡Pues
dónde va a ser! ¡En el armario que hay debajo del televisor del salón!” “Ah,
claro, es el sitio lógico… ¿Dónde si no?... voy a la nevera a buscar las bragas”
“Lencería, niña, lencería, que ha costado 600 euros el conjunto” “Total, para
lo que va a durar puesto…” “¿Decías algo hija?” “Nada, nada.”
Horas
después, aún están los zapatos “en su sitio”, pero tú ya tienes todo preparado,
tu hermana pequeña no hace más que asaetearte a preguntas que tú no escuchas,
pero respondes a base de monosilábicos. Te da por mirar el móvil. 2 mensajes,
el primero de tu novio… es un poema… qué mono… el segundo de tu ex, te implora
de forma casi patética que no te cases, es como si las tetas se te cayeran al
suelo de repente.
Te
quedas en la puerta de tu casa, ya vestida y preparada, tu madre revolotea
alrededor con un bote de laca esparciendo su sabia alrededor de tu acartonado
pelo. Tu padre mira el reloj como si quisiera aprenderse de memoria todas las
palabrejas que hay escritas en él, mientras resopla. Su móvil suena y da un
respingo que le eriza el bigote, su hermano, encargado del coche, es decir, tu
tío, está en un atasco.
Cuando
por fin llega, te montas en el asiento trasero junto a tu madre, que sigue
esparciendo laca, tu tío se pone al volante y tu padre de copiloto, dando
instrucciones sobre cómo sortear semáforos y calles atestadas de vehículos. Las
da tan rápido que te parece oír un “¡A ras!”.
Finalmente,
tras casi llevarse por delante tres ancianos, un carrito de niño, dos gatos y
tres policías que parecen ser tus escoltas, llegas a la iglesia, el fotógrafo
te deslumbra con el flash de la cámara, y tú entras en una iglesia donde la mezcla
de colonias te marea, no le prestas atención a la música, y tu novio recupera
la sangre al ver que has llegado.
Ves
caras de aprobación en las señoras mayores y algunas de tus amigas al ver tu
vestido, caras de rata muerta en otras que ni medio muslo le cabría en tu
vestido (o que cabrían sesenta como ellas), y es el momento en el que la dama
de honor te tira el ramo, que se le olvidó darte, y que coges al vuelo para
completar el uniforme.
Apenas
tenéis noción de lo que ocurre durante la ceremonia sólo sabéis que, antes de
daros cuenta, tenéis unos anillos en vuestros dedos. Alguien se habrá desmayado
por la emoción, y el arroz y los pétalos de rosa rebotan en el pelo de la
novia, momento en el que la madre aprovechará para corregir de laca.
Después
vendrán las fotos que, tras horas de poses y sonrisas forzadas, siempre quedan
bonitas, si no da por la salvajada de hacer un vídeo friki o de sacar algún
otro elemento vivo en las fotos, lo cual me parece una horterada, no considero
para nada elegante sacar un niño, un gato, un perro o cualquier otro animal en
las fotos de la boda, esas que se hacen en pareja, sentados en la playa o en
algún parque conocido.
Por
supuesto, al llegar a la comida, algún niño tendrá ya las rodillas desolladas, un
primo, tío o amigo de cualquiera de los dos, que estará ya cocido a base de
cervezas, y dos jóvenes que no se conocían, y que habrán desaparecido para
bailar un merengue horizontal.
Ambos
tendréis que aguantar continuamente alientos cerveceros cerca de la cara,
agradeciendo la invitación a la boda, al cámara grabando el vídeo y metiéndoos
el objetivo de la misma por salva sea la parte, acompañándoos hasta cuando vais
a descargar el alcohol bebido.
Huelga
decir que siempre saltará el estúpido de turno con el manido “¡Vivan los novios!”
que yo siempre he pensado que se referían a otros, ya que esos “novios” son
técnicamente marido y mujer, es decir, ya no son novios. O también los pesados
y merecedores de un puñetazo que comienzan con el “Que se besen”, como si os
hubiesen visto nunca besaros, tenéis los labios entumecidos de tanto besaros, y
el borrachín de turno ha tirado una copa de vino justo encima del vestido de
ella, que ha costado tres mil euros, y que ya no volverá a usarse (o al menos
eso esperan).
Y
entonces, llega el momento en el que yo, personalmente, desearía tener un vaso
de matarratas, o en su defecto, un cubo para poder meter mis dedos en la
garganta, ya que ese momento es en el que ponen en una pantalla un lamigoso
vídeo con fotos de ambos, prácticamente desde zigotos, hasta el momento en el
que están viendo ese vídeo, con lo cual se forma un bucle que crea una brecha
en el continuo espacio-tiempo.
De
verdad, esos vídeos me ponen enfermo, y me parecen de mal gusto, horteras,
fuera de lugar y repulsivos, dignos de provocar un tiroteo con AK-47 durante la
proyección del vídeo.
Una
vez terminado ese calvario, comenzará el baile y la barra libre, donde mientras
algunos se tiran de las corbatas y se golpean con los bolsos con tal de
conseguir la primera copa, otros le pedirán al DJ que ponga el éxito del año
más hortera y sin gusto alguno.
Y
vosotros habréis tenido que pasar continuamente por mesas de invitados,
haciendo como que os importa si lo habéis pasado bien o no, mientras veis en su
cara un dibujo de los 45 € que os ha costado cada cubierto.
Tendréis
que pasar por todas las mesas repartiendo puros, cigarros y otros detallitos
que, bien elegidos, se convertirán en motivo de admiración, pues esos detalles
pueden llegar a quedar muy elegantes, sobre todo si el puro que acompaña es de
cierta calidad.
Durante
el baile, siempre habrá algún borracho que meta la pata, bailaréis hasta la
saciedad, siendo conscientes de que es el único momento donde realmente estáis
a gusto, ya que el resto del tiempo habréis sido el centro de atención, pero
cada gesto y cada detalle habrá sido sometido a debate y, probablemente a
escarnio, ya que habréis tenido que sufrir convencionalismos, estereotipos y
tradiciones tan sumamente estúpidas, que me quitan las ganas de casarme.
Ya
entrada la noche, y con poca gente lo suficientemente joven y borracha como
para seguir bailando hasta la musiquita de Windows cuando el DJ apaga el
ordenador, comenzarán algunas de las despedidas, como novio verás cómo tu tío,
o alguien afín, se despide de ti mientras le coge el culo descaradamente a tu
recién estrenada esposa, la cual aguanta con una sonrisa y una cara de “porque
estamos en la boda si no le partía las pelotas con el tacón de aguja”, y como
novia, verás como alguna jovenzuela ligera de cascos se abalanza contra tu
marido al despedirse, haciendo como que se ha tropezado, le dará un beso en la
mejilla, muy cerca de la comisura de los labios, y tendrás que aguantar que su
corbata huela a las tetas de esa zorrilla alcohólica.
En
resumen, en vuestra boda, a pesar de ser los protagonistas, lo pasaréis mal,
tendréis que fingir más de una vez, a nadie le importaréis una mierda, sólo
importará cuánta comida puede ingerir, cuánto alcohol puede metabolizar, y la
marca del puro o el tipo de detalle que tendréis con los invitados, que han
hecho el esfuerzo de ir. Vosotros terminaréis agotados, estresados, puede que
hasta algo enfadados el uno con el otro por cualquier motivo, y con la sensación
de que habéis sido quienes peor lo han pasado en vuestro día.
P.D.: Todo esto lo escribo a raíz de una idea que
se me pasó por la cabeza, y era la de comentar que las listas de boda me
parecen algo completamente fuera de lugar, hortera y de muy mal gusto. Es una
forma de obligar al invitado a comprar algo, una forma de “pagar la entrada”, y
además, limitarlo con una serie de cosas. Es mejor cuando la lista está
abierta, y sabes qué persona te regalará exactamente lo que necesitas. Por cierto,
eso de poner la cuenta bancaria para ingresar dinero en lugar de un regalo… por
favor, que es una boda no una ONG, eso me parece más de novios-mendigos que de
otra cosa. Que es un evento social, no la Cosa Nostra, dejad que os regalen (si
quieren) algo, y que sea algo que ellos escojan, quien realmente haya ido a la
boda para acompañaros, os hará un regalo que de verdad recordaréis el resto de
vuestra vida, los demás, si regalan, serán batidoras y cosas por el estilo.