Yo estaba en un pueblo, repartiendo, el día era gris, y frío, pues corría enero. Eran folletos de Carrefour, creo, y pesaban mucho, a tenor de los tirones que tenía que dar del carro.
Entonces llegó una calle, larga, pero con buzones sólo por un lado, pues al otro había una plaza. Y la calle estaba en cuesta, y costaba. Y tenía escalones, que subían sin bajar, y a los que el viento, la lluvia y los pasos de innumerables pies habían desgastado sobremanera. Y, en esa calle, había una furgoneta aparcada, con sus puertas traseras abiertas como si sus brazos en cruz esperaran a abrazar a alguien. En esa furgoneta, se vendían edredones, mantas, colchas, y toda suerte de menaje del hogar de ese tipo. Y un hombre lidiaba con un grupo de mujeres en bata, que regateaban el precio de los artículos cuales vendedores en el templo.
Pasé por al lado, el hombre, no reparó en mí, ni tampoco las señoras, excepto una chica que aguantaba el frío invernal como podía, acurrucada en su bata y esperaba a que sus parientes terminaran con la compra-venta. "Buenos días" le dije, "Hola" respondió ella con una sonrisa y una mirada directa a los ojos. Era morenita de piel y pelo, ojos grandes y negros, y yo le ofrecí un folleto, y ella lo aceptó. Fue entonces cuando rozó mi mano, pues por suerte no llevaba guantes ese día, la rozó tan sólo un instante, con esos dedos cortos, finos y suaves, muy suaves, extremadamente suaves.
Fue sólo por un instante, pero me dejó impresionado. Puede que no vuelva a ver a esa persona nunca más, que jamás la vuelva siquiera a intuir, puede que jamás vuelva a tener esa extraña sensación, pero no me importa, lo viví, y es suficiente. Por ese instante, fui suyo por completo.
Y ahora, si me disculpan, iré de nuevo a soñar con ese instante, con ese momento en el que yo no fui yo, fui transportado a un mundo, mucho más sencillo.
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